lunes, 19 de mayo de 2014

No solo en las aulas:

El otro día me encontré con una amiga de mi madre. Nos saludamos y nos preguntamos respectivamente la una por la otra. Mi madre, que me acompañaba, le preguntó por sus hijas, qué tal les iba, las notas y demás. Puede decirse que la respuesta de aquella mujer me dejó un tanto...desconcertada. Al parecer, una de las niñas (la pequeña) lo estaba sacando todo sobresaliente y notable, y lleva estupendamente las clases extraescolares de inglés, alemán, informática…y la otra debería tomar bien ejemplo de ésta porque, aunque había sacado en todo, al igual que la pequeña, sobresaliente y notable, tenía un seis en matemáticas, y todo ello era por culpa de la esgrima, actividad que le encantaba, y a la que iba por las tardes. La madre insistió mucho en que eso era, desde luego, una pérdida de tiempo, porque obviamente, la esgrima no le iba a dar de comer.

Se me ocurrieron mil respuestas hacia lo que expuso aquella mujer, como “no le dará comida, le dará buena condición física, salud, coordinación, defensa propia, cultura…que considero que es mucho más valioso que un sobresaliente en matemáticas”, pero no quise entrometerme en las decisiones de una persona que apenas conocía y que saludé únicamente por cortesía.

Quería introducir esto porque, ahora (y más que nunca), encuentro un estrés enorme en los padres por el futuro laboral de sus hijos, que estando en la flor de la vida, tienen que estar las veinticuatro horas del día ocupados con sus estudios, estudiando materias “que le vayan a servir de algo”. El ejemplo de esta mujer es uno de muchísimos que podemos encontrar, pero ahora mismo mi cuestión es: ¿Por qué más? ¿No es acaso suficiente la educación que reciben en la escuela? Se supone que los niños de primaria están encerrados en las aulas de nueve a dos para formarse en todo tipo de materias desde muy temprana edad. Y ya son muchas horas (la mañana entera, de hecho, que es la mitad del día casi) estudiando, como para que luego por la tarde, además de hacer los deberes, sigan exprimiendo sus cabecitas, presionando para hacer un sobreesfuerzo.

No digo que esté en contra de las actividades fuera del aula, para nada. De hecho, yo soy la primera que puedo decir que he ido a clases de todo tipo. El problema está cuando los papás y las mamás deciden que el tiempo excesivo en casa con la familia es tiempo perdido (cuando podrían estar aprendiendo chino u holandés), que dibujar personas de color azul es falta de talento para algo inservible, o que apuntarse a clases de canto y la danza es inútil, porque son solo para dos o tres afortunados que saldrán en televisión, y por ello son mucho mejores las clases que los mismos padres han impuesto. Esa mentalidad tan excesivamente práctica, fundada más en el miedo que en el amor por los hijos, es lo que está promoviendo que los niños, como en la época medieval, pasen de ser bebés a ser adultos con excesivas responsabilidades que ni ellos mismos entienden por qué tienen que tirar de ellas.

Sin embargo, no creo que el problema esté únicamente en la mentalidad de los adultos de hoy en día; la educación, como bien sabemos los estudiantes, algunos maestros y algún que otro interesado en el tema, tira para atrás, ahora más que nunca. Más alumnos desatendidos por aula (ya que un profesor no puede atender a treinta y cinco niños a la vez. Por lo menos no en buenas condiciones), más pruebas que nos recuerdan que no importa lo que sepas ni tus habilidades, mientras no vomites todo el temario a una hora acordada. Más asignaturas fundamentales en el desarrollo de la mente que pasan a ser optativas, porque las matemáticas tienen demasiada importancia como para perder el tiempo con educación física (que a este ritmo no me extrañaría que acabara eliminándose del currículum del todo), o cualquier cosa que induzca a dejar volar la imaginación. Y con todo esto, fijaos, la educación en las aulas sigue siendo “insuficiente”, y los padres deciden recurrir a profesores externos para que sus hijos sigan machacándose durante unas poquitas horas más.

Pero definitivamente, el factor que considero más influyente en todo esto es la cultura tan CAPITALISTA en la que estamos sumergidos hoy en día. No importa tu capacidad creativa, mientras no sepas hablar cinco idiomas para captar clientes de todo tipo. Da igual tu expresividad en la danza, porque el arte no es una forma fácil ni rápida de ganar dinero. No importa cuánta Historia sepas o lo bien que se te dé resolver problemas de alto nivel, que si los nervios te traicionan en un examen, serás comparado con el estudiante Matrícula de Honor (que al día siguiente olvidará cada una de las palabras escritas en los exámenes). 

Vivimos en una sociedad donde solo valen las apariencias, la prepotencia y la soberbia ante los resultados y las cifras. Consideramos más fracasado al carnicero que sonríe todos los días al mundo que al abogado que siente estrés continuo por su oficio. La Matrícula de Honor parece hablar más que una conversación sobre cultura e Historia, y ganarse la vida despertando sentimientos es sinónimo de pobreza, cuando realmente, la mayor pobreza de todas es la de sentirse insatisfecho con uno mismo.


La escuela debería avanzar, respetar materias y cumplir con algo más que el papeleo. La sociedad debería dejar los prejuicios a un lado, y fomentar lo que ama, no lo que nos imponen los de arriba, que nos manipulan para que seamos buenos empleados con un currículum a su medida, y no a la nuestra. Y los padres, ante todo los padres, que son la fuente directa y principal de los hijos, deberían recordar que en la vida no vivimos para trabajar, sino que trabajamos para vivir, y si los niños no aprenden a vivir ahora, ¿Cuándo lo aprenderán?

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