El otro día me encontré con una amiga de mi madre. Nos
saludamos y nos preguntamos respectivamente la una por la otra. Mi madre, que
me acompañaba, le preguntó por sus hijas, qué tal les iba, las notas y demás.
Puede decirse que la respuesta de aquella mujer me dejó un tanto...desconcertada.
Al parecer, una de las niñas (la pequeña) lo estaba sacando todo sobresaliente
y notable, y lleva estupendamente las clases extraescolares de inglés, alemán,
informática…y la otra debería tomar bien ejemplo de ésta porque, aunque había
sacado en todo, al igual que la pequeña, sobresaliente y notable, tenía un seis
en matemáticas, y todo ello era por culpa de la esgrima, actividad que le
encantaba, y a la que iba por las tardes. La madre insistió mucho en que eso
era, desde luego, una pérdida de tiempo, porque obviamente, la esgrima no le
iba a dar de comer.
Se me ocurrieron mil respuestas hacia lo que expuso aquella
mujer, como “no le dará comida, le dará buena condición física, salud,
coordinación, defensa propia, cultura…que considero que es mucho más valioso
que un sobresaliente en matemáticas”, pero no quise entrometerme en las
decisiones de una persona que apenas conocía y que saludé únicamente por
cortesía.
Quería introducir esto porque, ahora (y más que nunca),
encuentro un estrés enorme en los padres por el futuro laboral de sus hijos,
que estando en la flor de la vida, tienen que estar las veinticuatro horas del
día ocupados con sus estudios, estudiando materias “que le vayan a servir de
algo”. El ejemplo de esta mujer es uno de muchísimos que podemos encontrar,
pero ahora mismo mi cuestión es: ¿Por qué más? ¿No es acaso suficiente la
educación que reciben en la escuela? Se supone que los niños de primaria están
encerrados en las aulas de nueve a dos para formarse en todo tipo de materias
desde muy temprana edad. Y ya son muchas horas (la mañana entera, de hecho, que
es la mitad del día casi) estudiando, como para que luego por la tarde, además
de hacer los deberes, sigan exprimiendo sus cabecitas, presionando para hacer
un sobreesfuerzo.
No digo que esté en contra de las actividades fuera del
aula, para nada. De hecho, yo soy la primera que puedo decir que he ido a
clases de todo tipo. El problema está cuando los papás y las mamás deciden que
el tiempo excesivo en casa con la familia es tiempo perdido (cuando podrían
estar aprendiendo chino u holandés), que dibujar personas de color azul es
falta de talento para algo inservible, o que apuntarse a clases de canto y la
danza es inútil, porque son solo para dos o tres afortunados que saldrán en televisión,
y por ello son mucho mejores las clases que los mismos padres han impuesto. Esa
mentalidad tan excesivamente práctica, fundada más en el miedo que en el amor
por los hijos, es lo que está promoviendo que los niños, como en la época
medieval, pasen de ser bebés a ser adultos con excesivas responsabilidades que
ni ellos mismos entienden por qué tienen que tirar de ellas.
Sin embargo, no creo que el problema esté únicamente en la
mentalidad de los adultos de hoy en día; la educación, como bien sabemos los
estudiantes, algunos maestros y algún que otro interesado en el tema, tira para
atrás, ahora más que nunca. Más alumnos desatendidos por aula (ya que un
profesor no puede atender a treinta y cinco niños a la vez. Por lo menos no en
buenas condiciones), más pruebas que nos recuerdan que no importa lo que sepas
ni tus habilidades, mientras no vomites todo el temario a una hora acordada.
Más asignaturas fundamentales en el desarrollo de la mente que pasan a ser
optativas, porque las matemáticas tienen demasiada importancia como para perder
el tiempo con educación física (que a este ritmo no me extrañaría que acabara
eliminándose del currículum del todo), o cualquier cosa que induzca a dejar
volar la imaginación. Y con todo esto, fijaos, la educación en las aulas sigue
siendo “insuficiente”, y los padres deciden recurrir a profesores externos para
que sus hijos sigan machacándose durante unas poquitas horas más.
Pero definitivamente, el factor que considero más influyente
en todo esto es la cultura tan CAPITALISTA en la que estamos sumergidos hoy en
día. No importa tu capacidad creativa, mientras no sepas hablar cinco idiomas
para captar clientes de todo tipo. Da igual tu expresividad en la danza, porque
el arte no es una forma fácil ni rápida de ganar dinero. No importa cuánta
Historia sepas o lo bien que se te dé resolver problemas de alto nivel, que si
los nervios te traicionan en un examen, serás comparado con el estudiante
Matrícula de Honor (que al día siguiente olvidará cada una de las palabras escritas
en los exámenes).
Vivimos en una sociedad donde solo valen las apariencias, la
prepotencia y la soberbia ante los resultados y las cifras. Consideramos más
fracasado al carnicero que sonríe todos los días al mundo que al abogado
que siente estrés continuo por su oficio. La Matrícula de Honor parece hablar
más que una conversación sobre cultura e Historia, y ganarse la vida
despertando sentimientos es sinónimo de pobreza, cuando realmente, la
mayor pobreza de todas es la de sentirse insatisfecho con uno mismo.
La escuela debería avanzar, respetar materias y cumplir con
algo más que el papeleo. La sociedad debería dejar los prejuicios a un lado, y
fomentar lo que ama, no lo que nos imponen los de arriba, que nos manipulan
para que seamos buenos empleados con un currículum a su medida, y no a la
nuestra. Y los padres, ante todo los padres, que son la fuente directa y
principal de los hijos, deberían recordar que en la vida no vivimos para
trabajar, sino que trabajamos para vivir, y si los niños no aprenden a vivir
ahora, ¿Cuándo lo aprenderán?
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