La obsesión por mantener un orden termina por alienar la verdadera naturaleza de las escuelas: cuando se ha de volcar en la búsqueda del cambio a mejores ciudadanos y sociedades mediante la educación del alumnado y a través una adaptación constante para cada generación se lleva a cabo precisamente el efecto contrario. Si la organización de las escuelas no se adapta al tiempo que vive, su efecto es nulo.
La organización escolar actual sigue una lógica burocrática y profesional que obliga, en cierto modo, al profesorado a cumplir con su trabajo al 50% de su potencial a causa de algo tan simple como la falta de tiempo. Este tipo de organización no permite el desarrollo de una pedagogía efectiva, hace que el trabajo como profesor se vuelva repetitivo, aburrido, tanto para él como para sus alumnos.
Este tipo de jerarquías no hacen otra cosa que automatizar el funcionamiento de lo que es el núcleo de nuestra sociedad. Lo que sale de las escuelas determina el futuro de un país en todos los aspectos: cultural, social, político. Se ha llegado a un punto crítico en el que necesitamos un cambio, una depuración, y para conseguirla debemos mirar por humanizar las escuelas, no aferrarnos al modelo clásico con algún que otro arreglo postizo (la supuesta modernización tecnológicas de las escuelas que simplemente sustituye la tiza por la pizarra digital, pero no le da ningún uso innovador).
Nos damos buena cuenta de que el modelo de organización educativo de las escuelas convencionales es incompatible con la filosofía actual de las sociedades desarrolladas, en las que pesa más el desarrollo de las aptitudes personales de cada niño que la formación académica clásica de memorizar sin reflexionar. Por esta misma razón el desorden puede ser clave para que al fin superemos este bache y se produzca una evolución.
Tristemente, en nuestro país se produce también un choque cultural muy marcado por los que confían en las alternativas a la educación convencional y los que no lo hacen o simplemente no se plantean el cambio. ¿Estamos verdaderamente preparados como sociedad para una educación alternativa? Hay valores tan fuertemente arraigados, al igual que desfasados, en nuestra cultura que dificultan el mismo proceso de búsqueda de soluciones al problema, y para poder alcanzar una solución se necesita el apoyo de todo actor en esta situación, es decir: madres, padres, hijos, profesores, directores, políticos…
Las trabas que provocan en pos de que el sistema escolar siga siendo un sistema para que nada cambie alcanzan magnitudes colosales, y la transformación que está sufriendo nuestra sociedad es proporcional al trabajo que nos costará arreglar y adaptar todo lo que se ha empeñado en mantener igual.
Es un cambio grande, difícil de conseguir, pero precisamente por las complicaciones impuestas por factores exteriores. La configuración actual que determina el funcionamiento de la escuela está, hablando claro, podrida y hay que optar sin miedo por las alternativas si queremos curar la cultura y asegurarnos un futuro que se presente mejor.
Alba Ordóñez García
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