Antes de nada, quisiera confesar un pequeño secreto que,
hasta ahora, he tenido oculto en una parte un tanto íntima de mí; desde que
tenía tres años siempre me entusiasmó la profesión de modelo. Cuanto más
descubría, más ilusión me hacía llegar algún día a trabajar desfilando en
pasarelas o enfrentándome a las cámaras. Dicha esperanza se conservaba en mí
hasta que, con catorce años, me informaron de que a las mujeres se les exige
una altura mínima de trece centímetros por encima de mi altura. Busqué
respuestas del porqué de esto, y me dijeron de todo (que es una forma de
ponerse de acuerdo para escoger tallas, para que la ropa se vea más grande en
una pasarela, etc.). Sin embargo, hubo una razón que me llamó especialmente la
atención: al parecer, el cuerpo de una modelo es su herramienta de trabajo, y
con él tiene que vender su producto, por lo tanto, sus cualidades tienen que
estar por encima de la media, y su altura tiene que estar por encima de la
media, porque el cuerpo de una modelo no es la media, es una fantasía a la que
el consumidor quiere llegar.
Todas las respuestas me parecieron insuficientes considerando
el requisito tan absurdo y limitador que intentan justificar, pero sin duda,
esta última me pareció “horrible”, no al decir que tenías que estar por encima
de la media (que lo veo normal si vas a dedicarte a un empleo competitivo),
sino al imponer la “alta estatura” como sinónimo de belleza, ya que de este
modo, las grandes industrias manejan a la sociedad para que obedezcan sus
cánones y desprecien las características inamovibles de nuestro cuerpo que la televisión
nos dice que “no te hacen especial”.
Quería introducir esto porque, día a día, podemos observar
esta situación no sólo en las escuelas; en puestos de trabajo, en concursos de
cualquier tipo, o incluso para establecer relaciones personales. ¿Cuántas
recepcionistas nos hemos encontrado en una consulta del médico con pelo rosa o
pendientes? ¿Cuántas veces la gente rechaza música diferente porque no es tan
fácil de asimilar como los ritmos repetitivos a los que nos tiene acostumbrados
la industria musical? O, ¿cuántas veces hemos sido rechazados de adolescentes
porque no damos la imagen de “popular”?
No nos advierten de pequeños que el mundo se compone de
esquemas establecidos, la mayoría de ellos injustos. No nos dicen que tenemos
que ser fuertes y luchar en lo que creemos, y por tanto, caemos en las redes y
nos dejamos pisotear por gente que pretende estar por encima. Y los pocos que
no se dejan convencer acaban por los suelos, señalados y humillados.
Creo firmemente que estos valores los debería enseñar la
escuela, pero lamentablemente, lo veo imposible, cuando la misma escuela de hoy
en día aplica estos esquemas a diario. Todos sabemos que un buen estudiante es
el que tiene la media más alta, arma menos jaleo, y su protocolo es el más
impecable, sin tener en cuenta ninguna de sus cualidades. Todo aquel cuya media
no sobrepase el notable alto no es digno de llamarse inteligente, aunque se
sepa que es superdotado en matemáticas, o un genio en arte (categoría aún
inexistente en los centros educativos). Aquel alumno que padezca de
hiperactividad será tratado de enfermo, y no se le explotarán sus cualidades
como el atleta que puede llegar a ser. Y como a todos nos han pillado alguna
vez, el chicle en la boca es una falta de respeto al profesor (que alguien me
explique esta relación, porque todos hemos mascado chicle con gente delante y
no ha habido motivo de ofensa si se hace con discreción). Todas estas
excepciones, que no tratan de forzarse y encajar en los requisitos, son
tratados como “alumnos de deshecho”, que por estar en contra de lo que se les
impone, no llegarán a nada en la vida.
Y lo mismo ocurre entre las mismas escuelas, con los pocos
colegios que intentan sobrevivir con enseñanzas alternativas. Son más
rechazadas porque no se rigen dentro de lo normal (aunque sepamos que lo normal
no funciona, pero insistimos en ello, porque no nos atrevemos a escapar de la
esclavitud por el miedo que nos han impuesto). Cuentan con menos recursos,
aunque estos sean necesarios, y la pasión por su iniciativa desborde. Y la
verdad es que es tan difícil, y es una masa tan grande contra la que hay que luchar
que, a veces, darse por vencidos podría compensar todos los problemas que nos
causaría dicha pelea.
Hace poco se celebró aquí en Málaga el casting para el
concurso de modelaje más prestigioso del mundo, Elite Model Look, cuyo único
requisito era una estatura de 1,72 mínima en mujeres (hasta 1,68 pasaron la mano),
y 1,80 en hombres. Llevaba un año planteándome seriamente presentarme, aunque
fuera por probar, demostrar algo. Pero llega el miedo y el planteamiento obvio:
¿Para qué, si no cumplo el primer requisito que exigen? ¿Ir para soportar a un
montón de chicas (algunas que conocía) diciéndome que no debería estar ahí,
porque en cuanto me midan me van a prohibir participar? ¿Molestarme para que me
recuerden que “no doy la talla”, literalmente?
Y este tipo de preguntas se me han venido a la cabeza
siempre que se me ha presentado la oportunidad de hacer algo nuevo. “Siempre
habrá alguien más que yo, siempre habrá gente que esté más a la altura, gente
que lo tiene más fácil, que tiene el camino hecho ya, que encaja mejor…que ya
me he tropezado otras veces…¿Por qué iba a creer en mí?”.
El otro día, mi compañero hizo su autoevaluación en clase, y
cuando le preguntaron por qué merecía una nota tan alta, dijo “porque yo creo
en lo que he hecho”, y demostró y argumentó con creces que su trabajo estaba “por
encima de la media”, surgiendo a partir de una idea novedosa, fuera de lo
normal, que nos ha aportado como equipo muchísimo más que si hubiéramos llevado
a cabo un trabajo “estándar”. Y creo que ese es el tipo de actitud que nos
mantendrá de pie cuando nos intenten manipular. Puede que no seamos los mejores
a la primera, ni a la segunda, ni a la de veinte, pero si realmente queremos
algo que vale la pena contar, que vale la pena VIVIR, debemos tener fe ciega en
nosotros mismos, porque nadie más la tendrá, y nadie más luchará más que
nosotros mismos por lo que queremos. Y así hemos conseguido crear barcos gigantes
que flotan en el agua, hemos conseguido la libertad de expresión y de
pensamiento, y ahora estamos consiguiendo la igualdad de razas y entre hombres
y mujeres. Todas aquellas personas que empezaron siendo rechazadas, tuvieron
que decir un día que creían, para poder mantenerse de pie, hasta que vieron su
sueño cumplido, o hasta que la muerte se los llevara VIVIENDO LIBRES DE
ESCLAVITUD. Claro que da miedo tan solo imaginar una pequeña parte de lo que
podemos perder, pero tenemos que plantearnos seriamente cuánto valen nuestros
sueños, nuestros valores y, sobre todo, NUESTRA PERSONA. Porque el valor de
alguien no viene preestablecido, sino que se gana día a día, con el respeto que
nos tengamos y cómo nos dejemos respetar.
Las apuestas son arriesgadas, y duras si uno pierde, pero
¿Realmente estamos dispuestos a apostar en contra de uno mismo? Seamos
valientes por una vez y demos ejemplo a los adultos del mañana, demostrando que
hay que luchar por lo que realmente merece la pena.
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