Tras muchas horas y días de trabajo, tratando todos los temas vistos en clase y buscando información allá donde la veíamos, podemos llegar a la siguiente conclusión:
Una escuela ideal es recíproca; no impone el aprendizaje, no lo limita, y los alumnos no se sienten coartados por la autoridad. La función enseñanza-aprendizaje es bidireccional, porque no importa a qué lado de la mesa te encuentres, las lecciones las aprenden todos por igual.
El alumno es el eje de la educación, adaptando el proceso didáctico a él en todo momento. Para ello, indagar en él y sus circunstancias es necesario.
Así, no se ha de encadenar la metodología a un procedimiento estático, ha de ser flexible, pues si se pretende seguir un esquema a la hora de educar a los alumnos, el resultado será contraproducente al mismo concepto de educación.
La mejor manera de hacerlo es invitar al alumno a aprender, a buscar y crear sus propias respuestas, que su motivación principal sea adquirir conocimiento sobre todas las cosas.
Para que el niño tenga la oportunidad de desarrollar un pensamiento crítico y disfrutar de un proceso educativo efectivo, es esencial que su contexto sea equilibrado. Por lo tanto, la colabración entre profesorado y familias es un factor clave para crear pequeños pensadores, que en un futuro serán grandes personas.
Nosotros, como futuros docentes, debemos idear la manera de escapar de las trabas que nos presente el sistema educativo convencional y hacer de nuestras aulas pequeños espacios propios en los que el aprendizaje se produzca de la manera que nosotros consideramos la más adecuada.
Esta es la breve y concisa conclusión a la que hemos llegado a partir de los diferentes debates en los que hemos participado y podéis escuchar en nuestro podcast Aprendiendo a Aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario